martes, 13 de mayo de 2008

Armando Quintero Laplume

Nota: Hoy queremos poner un poco de azul al blog de las Caperucitas Cómplices, para hablar de Armando Quintero Laplume, el texto fue extraído de http://www.tacom.com.ve/textosentido/resenas/capiello.html, es de María Isabel Capiello y el título es "El cuento de un cuentacuentos Érase una vez Armando Quintero…"

Desde el corazón al oído

Armando Quintero Laplume

Foto de Efraín Esparza

Puño al aire

Sería maravilloso si uno cerrara su puño en el aire. Esperara. Y al abrirlo lentamente descubriera sobre la palma de su mano un pequeño unicornio azul con alas. Y que además lo mirara a uno sonriendo, como invitándolo a dar un paseíto.Sería maravilloso. Pero...raro. Muy raro.”


Del libro “Los Cuentos de la Vaca Azul” (Editorial Vaca Azul - CONAC, Venezuela, 2000)

El cuento de un cuentacuentos

Érase una vez Armando Quintero…

por María Isabel Capiello

De pie en el centro de la Plaza del Estudiante en la Universidad Católica Andrés Bello, vestido conuna batola azul, comienza a sonar su cencerro. Ha llegado la hora de un relato:
Armando Quintero: “Público de la plaza. Buenas tardes.

Esta historia soy yo: el narrador oral:”

I Una vida de cuentos
Había una vez un cuentacuentos que, ante todo, era un artista. De figura bonachona, cabellera blanca y mirada que franqueaba las distancias, a pesar de sus 60 años, Armando Quintero era un niño grande enamorado de la palabra, y sobre todo, del arte de contar cuentos. Al narrar su rostro se enjutaba, se distendía, se modificaba hasta convertirlo en un joven trovador, en un príncipe, una pulga, una niña gris o, en una vaca azul…

“Nací entre cuentos y entre narradores. Me acunaron, me amamantaron, me mecieron, me criaron”, suele decir el personaje al recordar cómo se convirtió en un narrador oral. Allí, en el pueblito 33 del Olimar, Uruguay, Armando escuchaba las historias de los campesinos que compartían al final de la faena diaria. Era justo en el momento previo a la cena; uno de los hombres tomaba un cigarro apagado entre los dedos de su mano izquierda y con una rama en la otra mano se acercaba a una fogata, y la encendía; el silencio reinaba, un aura invisible los envolvía a todos: era la hora de contar un cuento.
En ese entonces Armando no sabía que habría de convertirse en un narrador oral, sólo estaba seguro de que le interesaban la poesía, la pintura y la literatura, el arte en todas sus manifestaciones. Lejos estaba de ser un contador público como quería su padre, y pese a todos los disgustos y esfuerzos de éste, Armando terminó obedeciendo a una autoridad mayor que la paterna: la vocación artística. Fue así como en 1977 se graduó de Profesor en Literatura en Montevideo. Pero el precio de ser docente y artista en un régimen dictatorial lo llevó a la lista negra y, con ella, al exilio en Venezuela.
El protagonista de esta historia, extrañaba mucho, muuucho a su pueblito y a su río Ollimar…
“Mi papá es un apasionado del arte, le costó adaptarse porque es muy sensible y estaba demasiado arraigado a su pueblo”, comenta Patricia su hija.
Desde muy lejos las voces de la infancia, de los asombros, transportaban a Quintero al mundo de los cuentos. Y entonces contaba para no olvidar, para dar consuelo a sus paisanos exiliados y lograr sobreponerse a tantas vivencias amargas de amigos y parientes desaparecidos.
“Hay situaciones límite que pueden transformarte en un mártir, en un héroe o en un traidor. Como nunca me gustó traicionar a nadie y tampoco tengo pasta de mártir ¿qué me quedaba? La alternativa de lamentarme o la de persistir en los sueños y en los cuentos”, explica Armando, y así lo hizo.
Había comenzado su aventura en la narración oral…

El público lo mira con asombro. Ya no son jóvenes universitarios que escuchan con desdén, han vuelto a la infancia y cual niños, esperan ansiosos que continúe la historia…

II Contar contra corriente

Armando no era como los otros cuentacuentos…él concebía tal actividad como un arte y no simplemente como un oficio.

Corrían los años ochenta y gracias a talleres y encuentros impartidos por la Asociación Venezolana para la Difusión y Desarrollo de la Narración Oral (AVEDINO) muchos se animaron a contar y a formar agrupaciones. Pero mientras algunos lo consideraban una actividad menor, otros bajo la influencia del cubano Francisco Garzón Céspedes, impulsor de un movimiento renovador la narración oral como arte escénico, defendían el valor artístico de su profesión. Armando Quintero era uno de ellos: “el cuento es una manifestación artística que debe ser valorada y asumida como tal por quien la ejerce. No puedes quedarte en los estereotipos ni en lo convencional, no se trata simplemente de repetir una historia”.

Esta postura le ganó las críticas de su gremio “Es imposible limitar la narración oral a lo escénico, tienes que vacilártela, no puedes convertir el contar cuentos en un elemento de poder como hizo Quintero”, dice Ríos asegurando que otras cuentacuentos como Cristina Molinatti e Isabel de los Ríos comparten el mismo criterio.

Fue una etapa difícil para Armando en el ámbito de los artistas. “Recibió muchos ataques, hubo peleas de egos, pero la convicción de él era muy grande y pudo sortear esas agresiones”, recuerda su hija Patricia.
A diferencia de Isabel de los Ríos, Yolanda Salas, experta en narración oral, explica la cualidad fundamental que distinguía a Armando Quintero del resto de los cuentacuentos: “Muchos solo vieron en el movimiento una oportunidad para ganar dinero y reconocimiento. Armando fue el único que subsistió porque lo hizo un asunto de vida, no un tránsito. Lo asumió como vocación y lo profesionalizó. Se hizo un artista”.
-¿Un artista?
Armando continua con la narración. Sus sílabas mágicas se extrapolan a la punta de los dedos, a la planta de los pies: brinca, se agacha, se encarama por todos los costados del relato…

III A tiempo completo
No importaba lo que sus amigas dijeran a Patricia; tener a un padre cuentacuentos no era tan maravilloso como ellas pensaban.

-Papá, papá es hora de comer. -No mi amor, ahora no. Estoy pintando.
-Papi, llévame al colegio-No puedo, tengo que terminar esta historia.
-Papi, papi, ¿por qué estás de mal humor?-Aún no consigo el azul apropiado para este dibujo.
“A Armando Quintero le quitas el arte y muere. Jamás podría dejarlo. Hubo una época en la que era un artista antes de cualquier otra cosa, incluso que padre, pero luego se dio cuenta del error y cambió completamente en ese aspecto, se abocó a nosotras” dice Patricia recordando lo difícil que fue aceptar la vena artística de su papá: “Durante un tiempo todos le dimos la espalda porque no se ocupaba de los asuntos familiares y del hogar, pero él siguió fiel a su vocación: vivía, respiraba y comía por el arte. Podían pasar días en que solamente se dedicaba a la creación sin comer ni dormir”, agrega.
“El ser un artista es una condición de Armando, forma parte de su esencia, él tiene una sensibilidad especial y quien toca eso no lo suelta más nunca”, explica Laura Montilla quien lo acompañó narrando cuentos por muchos años.

“Si no pudiera contar, pintaría o relataría los cuentos en mi cabeza y aún me quedarían la escritura, la lectura, la poesía”, dice Armando quien no sólo se ha dedicado a narrar cuentos sino también a escribirlos. El mundo en que se mueve su fantasía; no está hecho únicamente de los paisajes que le rodean sino está compuesto de patrias interiores que le han regalado cada una de sus vivencias. De esta manera, en sus historias suele evocar a su río Olimar y a tantos personajes que han llegado a formar parte de su mitología propia.

“Si el cuento está realmente dentro de ti lo puedes volcar hacia fuera con toda naturalidad”, decía Armando a sus pupilos de Narracuentos UCAB. Y es que, desde 1991, el protagonista de esta historia también se dedicó a la enseñanza en aras de concientizar a los jóvenes acerca de la importancia de la narración oral. Sus alumnos lo admiraban mucho: “es como mi abuelo, le agradezco haberme adentrado en el mundo de los cuentos”, comenta Yasira Mosquera.
Pero había algo que el maestro no les había dicho…

El narrador oral se acerca a una joven:

Armando: ¿qué ocultaba el maestro jovencita?....

Tímida ella sonríe, sus cejas se arquean: no sabe: “Dínoslos tú Armando”

IV Un personaje de cuentos

Como la mayoría de los artistas, Armando tenía un secreto, pero un día… alguien lo descubrió…
-Armando, ¿Quién es Julio Carlos Mares?
Su cara se puso azul, sus ojos lo delataban: prefería no responder, pero no tenía opción. Justamente en ese instante alguien llegó en su auxilio:
-Déjamelo a mi Armando: Yo soy Julio Carlos Mares, un personaje que Quintero ha usado como heterónimo desde la adolescencia (cuando su padre no lo dejaba escribir) para hablar de sus, cosas y reflexionar sobre la narración oral. Varios autores usan un alter ego para hablar acerca de sus manifestaciones artísticas y para hacerse preguntas sobre su arte. Eso permite hablar con libertad, por eso Armando me trajo a la vida con muchos datos, algunos biográficos y otros irreales, pero que le permiten hablar de cosas personales”.

¡Cuán difícil era para todos deslindar realidad de ficción en Armando Quintero! “En todo narrador oral ambos términos suelen confundirse. Uno tiene que crear la realidad de las historias que cuenta y, aunque sea un embuste en los términos de realidad cotidiana, debe creérsela. Nuestra propia realidad es un cuento que puede ser mágico y fantástico” explica Quintero para tranquilizarlos. Julio Carlos Mares añade: “Narrar significa arriesgarse pues dejamos vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos. Palabra y vivencia, dicho y voz, voz y acto son complementarios no excluyentes. Si no lo sé, si no lo asumo, no seré creíble y no puedo mentirme porque se notaría a las primeras palabras que diga”.
-Armando: hay cuentos que no tienen un final. Éste es uno de ellos. Lo siento querido público pero no se cómo terminar mi propio cuento…De pronto, uno de sus pupilos se levanta y dice convenido:-Yo te ayudo Armando! El joven aprendiz toma las riendas del la historia…

IV Y… ¿contó cuentos para siempre?

Por más de quince años Quintero ha contado, y aún hoy puede vérsele en la Plaza Universitaria de la UCAB o caminando entre los pasillos. Muchas han sido las recompensas de esta aventura: la Medalla de Honor de la Universidad Católica, el Reconocimiento del Congreso Iberoamericano de Educación Currículo y Sociedad (2003) y el Premio Caracol a la Oralidad que otorga la Asociación de Narradores Orales de México (2004). No obstante, la mayor de satisfacción de Armando está en el saber inmortalizado su arte en tantos alumnos a quienes enseña con gran esperanza. Porque tal y como lo indica Yolanda Salas, la labor de Quintero va más allá de narrar cuentos, se trata de “ir creando espacio público, recuperando la solidaridad, retomando el contacto directo con el otro, fomentando el encuentro”.

Y es aquí donde acaba este relato pero no así la historia. Los cuentos de Armando vivirán para siempre: tanto en su viva voz, como en las páginas de los libros que ha publicado (“Los Cuentos de la Vaca Azul” y “Un lugar en el bosque”). Pero además, su obra se irá perpetuando en las voces de tantos niños y adultos que contarán a sus amigos y parientes:

“Yo conocí una vaca azul que nunca había visto el mar. Pero le hablaron de las olas, de las playas, de las islas… Tanto le contaron que la vaca se enamoró del mar. Y tanto se enamoró que, de sólo pensar en él, se coloreaba de azul…”

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